Venezuela no fue, no es ni será comunista.
El sueño de Chávez – encarnar a Bolívar y a Lenin – yace hecho trizas.
No podrá recoger los pedazos.
Antonio Sánchez García
1
Han sido los seis meses más duros, más inclementes, de mayor pesadumbre que haya vivido la sociedad venezolana en mucho tiempo. Tanto que una aflicción como la vivida por los demócratas venezolanos en estos meses no existe en el recuerdo de nuestras generaciones: se pierde en el olvido.
Cuando al finalizar la jornada del 3-D se proclamara la anunciada derrota y nuestro vencido candidato corriera a reconocer ante el mundo la legitimidad absoluta de un triunfo logrado con las peores, más descaradas y antidemocráticas malas artes vividas en nuestro país desde los tiempos del general Marcos Pérez Jiménez, la oposición venezolana sufrió una parálisis total. Fue un golpe casi mortal.
De manera que una sociedad apática, casi en estado cataléptico, asistió en silencio y con las manos caídas al despliegue de este embate final a la conquista del Poder total por parte del teniente coronel. Elevado a las alturas de un supuesto respaldo mayoritario de la ciudadanía venezolana – 63% - y aclamado por los más prestigiosos periódicos y columnistas del mundo como un triunfador nato. La figura del año. El nuevo líder de la revolución mundial. Logró así lo que muy pocos autócratas consiguen en sus vidas: pasar por tribuno democrático capaz de convencer de la necesidad de una revolución sin disparar un tiro. Algo completa, absolutamente inédito en la historia universal.
Por ello y contrariando la lógica democrática que ofrecía el candidato opositor, se negó a abrir los brazos y decidió iniciar la última fase de su proyecto: aplastar de manera inmisericorde todo vestigio opositor y construir el poder total que sus sueños ansían . Anunciado en sus discursos del 28 de diciembre – en el que anunció el cierre de RCTV – y del 8 de enero – en el que le pidió a su asamblea el traspaso de todos los poderes.
Más claro, directo y definitorio imposible: reforma de la constitución para reelegirse cuantas veces lo deseara y las circunstancias revolucionarias lo exigiesen; constitución de un partido único como instrumento del Poder total; un paquete de leyes que terminaran por construir la sociedad socialista del siglo XXI. Y una serie de medidas inmediatas para terminar de atornillar la fractura cervical de la oposición posible, así yaciera hecha trizas por el piso: compra de la Electricidad de Caracas y de CANTV, con el fin de controlar la energía y las comunicaciones y estrangular cualquier intento opositor. Y la primera de varias cruciales medidas de control social totalitario: cierre de RCTV, arrinconamiento de los restantes medios y arrodillamiento de otros.
Cumplidas estas últimas medidas, se acababa el juego. Lo que al teniente coronel Hugo Rafael Chávez Frías le esperaba en medio del respaldo interno masivo y la aclamación internacional era coser y cantar. Esta vez fue él, no Fujiyama quien pudo proclamar el fin de la historia. Es decir: el comienzo de la utopía. Su particular utopía. Ya podía descansar en paz y sentarse a la vera de Bolívar.
2
Se trató de un triple salto mortal que muchos hemos supuesto irrealizable, pero que no ha sido suficientemente advertida ni por tirios ni por troyanos. Nada más y nada menos que soldar dos elementos hasta ahora absolutamente antinómicos e incompatibles por naturaleza e historia: el caudillismo autocrático y militarista que constituye parte esencial de la genética nacional con la tiranía marxista-leninista completa y absolutamente ajena a esa misma genética.
Las razones de esa incompatibilidad genética son más que obvias: el caudillismo militarista y autocrático ha podido convivir con una feroz vocación libertaria e igualitarista de las masas venezolanas. Así parezca contradictorio. Por ello la complejidad ideológica de una figura como la del padre de la patria: caudillesca como el que más pero a conciencia de la libertad y la igualdad como propósitos mayores de su gesta nacional. Quiso el Poder a perpetuidad, es cierto, pero para construir una sociedad de hombres libres. Para derrotar la anarquía. Para garantizar la prosperidad y el progreso. No para cebarse en la anarquía y regodearse con el Poder absoluto de masas humilladas.
Nadie más lejos del totalitarismo marxista que Bolívar. De allí el odio que su figura y su acción despertaran en el fundador del socialismo científico. Un odio perfectamente fundado en el materialismo histórico, no en la ignorancia de los hechos, como pretenden los marxistas bolivarianos. Por cierto: una contradictio in adjecto.
¿Un Bolívar marxista? Imposible. No por la vocación de quien, enfermo de egolatría y megalomanía como el teniente coronel, lo cree posible y ya se ve encarnándolo. Sino por la circunstancias. Venezuela ha soportado desde Bolívar más de una centena de caudillos: eximios, grandes, medianos y muy pequeños. Desde Páez, el mayor y más glorioso, hasta Maisanta, un cuatrero que terminara sus días al servicio de Juan Vicente Gómez.
Pero desde el comienzo de su modernidad, desde la emergencia de la generación del 28 y la construcción de la democracia, este país de caudillos y de autócratas se negó a metabolizar los ingredientes marxistas que calaran hondo en otras sociedades, como la chilena. El comunismo jamás cuajó en Venezuela. Y su partido no tuvo otra incidencia que el aporte a la lucha clandestina contra Pérez Jiménez. El movimiento obrero – casi exclusivamente vinculado a la actividad petrolera – fue muy tempranamente conquistado por Acción Democrática. Y el campesinado también. Como lo sabe cualquier estudiante de ciencias políticas. Hoy podrán ser chavistas. Marxistas, jamás.
Cuando el PCV pretendió actuar en el escenario político mediante las insurrecciones y la lucha armada, sólo cosechó fracasos. Muy amargos fracasos. Y peor le ha ido en la lucha institucional y democrática. Venezuela odia al marxismo. Pregúntenselo a Pompeyo Márquez. ¿Venezuela comunista? Ya te aviso Chirulí.
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Pero una cosa es la conciencia histórica y otra muy distinta la percepción cotidiana de los sufrimientos. De allí el dolor sufrido en estos meses de dominio absoluto por parte del régimen y de ausencia también absoluta de toda oposición. Casi como siguiendo una decisión de emergencia vital, la sociedad venezolana quedó entregada a sus propios impulsos. La lucha contra el sometimiento a cargo de los naturales anti cuerpos de la propia sociedad. Sin interferencia de factores político partidistas. Desde el 3-D, así parezca increíble, la sociedad venezolana quedó entregada a su suerte.
¡Y qué suerte! Pues mientras crecía el desánimo y miles de familias asistían con pesar a hacer las maletas de los suyos –jóvenes y no tan jóvenes, solteros y casados, con o sin hijos - que abandonaban la nave para encontrar mejores destinos lejos de la patria, en el fondo de nuestras mejores reservas, en el seno de la juventud estudiantil y trabajadora comenzaba a crecer el espíritu de lucha, el ánimo de combate, la disposición al sacrificio en bien de nuestra más preciada virtud y nuestro más amado valor: la libertad.
De pronto y como por arte de magia, sin la mediación de ningún deus ex machina capaz de sacar de su sombrero mediante el toque de una varita mágica al héroe prometeico que encabece la lucha por nuestro futuro, el estudiantado universitario se ha puesto de pie. Sin estridencias, sin desmesuras, sin desafueros: los jóvenes estudiantes han dicho basta. Y han echado a andar con una madurez y una sindéresis casi inexplicables, poniendo en acción el más poderoso de los movimientos con que ha contado la democracia venezolana en esta su hora más aciaga.
El mundo se ha detenido por un instante y se ha enterado de lo que sucede en Venezuela. El triple salto mortal no ha podido cumplirse del todo y pueda que ya sea demasiado tarde para asistir al parto de su gran intento. Posiblemente, con esta sociedad en pie, bajo el reclamo mayoritario de quienes rechazan una dictadura totalitaria de corte marxista – chavistas y antichavistas por igual – se haya llegado a un punto de no retorno y el magno y delirante proyecto presidencial se quede en pañales.
Venezuela no fue, no es ni será comunista.
4
Posiblemente nadie, con excepción de Marcel Granier y su equipo de gerentes, productores, artistas y trabajadores tuvieran plena conciencia de cuán profunda era su raigambre en la sociedad venezolana y particularmente entre sus sectores más populares. E incluso pueda que tampoco ellos lo supieran a cabalidad como lo han venido a experimentar luego del cierre de RCTV el 27 de mayo. El pueblo venezolano ama a ese canal, adora a sus actrices y actores, respeta a sus periodistas, quiere a sus animadores y comediantes y lo tiene como su principal fuente de esparcimiento e información. De modo que el pesar por el cierre es profundo y auténtico y ha conmovido a millones y millones de niños y niñas, de jóvenes, de humildes mujeres y hombres de nuestro pueblo. Muchos de ellos, y puede que hasta su mayoría, hasta ese 27 de mayo devotos seguidores del presidente Hugo Chávez.
Con absoluta seguridad: ya no lo son. De una plumada han venido a comprender que su presidente no es sólo un caudillo admirable, sino un hombre que pretende imponer un sistema de vida perverso y despiadado que choca contra nuestra naturaleza . No necesitan saber que ese sistema fue imaginado por Marx, desarrollado por Lenin y aplicado en Cuba por Fidel Castro. Les basta con saber que en ese sistema no se puede ser feliz, así sea gracias a los sueños de una mujer maquillada que llora lágrimas de utilería, espejo de sus propias lágrimas. Pero no importa: a la hora de la verdad y ante un mundo de sufrimientos y carencias, una felicidad imaginaria vale más que cien dictadores de oficio.
El sueño de Chávez – unir a Bolívar con Carlos Marx – yace hecho trizas. No podrá recoger los pedazos.
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