Noticiero Digital
Vamos a invadir a Hugo Chávez
Las dimensiones de la Venezuela de Hugo Chávez han disminuído drasticamente en los últimos meses. Hoy apenas limita hacia el sur con las agonizantes FARC, hacia el oeste con Luis Acosta Carlez, hacia el norte con el tronco seco del árbol que fué Fidel Castro y al este con Tarek William Saab. En Colombia solo conserva, a duras penas y a alto costo, el adiposo apoyo de Piedad Córdoba, mientras que algunos de sus aliados en el resto de la región son ya bien conocidos como cómplices de las FARC (Correa), receptores de maletines (los Kirchner), violadores (Ortega) o aspirantes a dictador (Morales).
En la míni-Venezuela de Hugo Chávez apenas sobreviven escasas docenas de forajidos o fracasados, desde José Vicente Rangel hasta Rafaél Ramírez; desde Nicolás Maduro hasta Alfredo Toro Hardy; desde Lina Ron hasta Diosdado Cabello. De aquellos miles de venezolanos que integraron su Venezuela de la década de los 90, la cuál incluía algunos venezolanos valiosos como Alejandro Armas, Ricardo Combellas y Jorge Olavarría, todos la abandonaron, espantados de lo que vieron y oyeron, aunque todos eran lo suficientemente inteligentes como para no haberse dejado engañar jamás, mientras que otros como Miquilena, Ignacito, Jorge Rodríguez y Marisabel posiblemente nunca se hubieran ido de motu propio si no hubiesen sido descartados por el hombre fuerte.
Quienes aún residen en el territorio liliputiense representan la borra, la hez, dispuesta a aferrarse al poder mientras haya un dólar, un euro o una hummer al alcance de sus manos. Han visto gozosos como, bajo las manos de Chávez, la imperfecta democracia venezolana se ha querido transformar en una monarquia tropical, como los dineros de los venezolanos han sido objeto de un colosal despilfarro, como la población permanece acogotada por la pobreza y la inseguridad. Hablo de los cien o más ministros que se han turnado (algunos de ellos verdaderos analfabetas funcionales), de los presidentes y directivos de las empresas del estado o de instituciones como el Banco Central, de los militares cómplices, los banqueros amigos o los industriales boliburgueses, como quienes están hoy trás las rejas en Florida, de los embajadores invertebrados como Pancho Arias o los activistas de calle, a lo Lina y Darío, impulsados por profundo complejos de inferioridad.
Tolerar la continuada presencia de este tumor purulento en el gobierno de nuestro país nos empequeñece a todos los venezolanos, En especial sigo sin comprender a quienes están firmemente opuestos a Chávez pero prefieren esperar hasta el 2012 para “sacarlo” en las elecciones de ese año, como si Chávez fuese un Herrera Campins o un Lusinchi cualquiera. Un país que vio salir a CAP por acción de las instituciones democráticas permanece paralizado hoy ante la necesidad de sacar de la presidencia a un forajido indiciado publicamente de complicidad con el narcoterrorismo Colombiano y responsable por innumerables violaciones a nuestras leyes, a la integridad patrimonial de nuestro país y a los principios democráticos que sustentan la comunidad de las naciones latiinoamericanas.
Si hay un resultado especialmente trágico de la aventura política de Hugo Chávez es la cuantiosa pérdida de capital humano y de capital social que ha experimentado el país. No se trata solamente del éxodo de miles de venezolanos de la clase media, muchos de quienes jamás regresarán, sino que, peor aún, se trata de la prostitución de los valores y hábitos de muchos compatriotas quienes permanecen en el país, millones de venezolanos muy pobres, generalmente poco educados, indefensos para labrarse su propio destino. Estos venezolanos han sido sujetos a un ambiente de profunda depravación cultural, sujetos a un régimen de limosnas, sujetos a un resquebrajamiento dramático de la convivencia civilizada, al terror de la inseguridad y al poco valor que se le asigna a la vida y a la dignidad del individuo en la mini-Venezuela de Hugo Chávez.
Este es el mayor de los problemas y no es un problema que se arregla a realazos. Lamentablemente tardará una o dos generaciones para revertirse, si es que comenzamos desde hoy.
Hugo Chávez debe ser “invadido” por los venezolanos dignos. No hablo, por supuesto, de otra Bahía de Cochinos o de otro Machurucuto. Hablo de intensificar la presión de la gente buena y decente sobre el régimen de horror que ha implantado el chavismo. Esta mini-Venezuela debe ser objeto de una acción envolvente por parte de los amantes de la democracia y de la libertad. Es una guerra, si, pero una guerra de actitudes dignas y de buenos ejemplos. Cada buen ejemplo, cada gesto de dignidad que podamos dar será mucho más poderoso que los disparos de los rifles rusos adquiridos por el insensato para reprimir a los venezolanos y para ser repartidos entre las moribundas bandas narcoterroristas.
Es preciso demostrarles a la la mini-Venezuela chavista el verdadero poder de la decencia ciudadana.